Qué gran abridora de ventanas sería
la que asomarse inocente pudiera al infinito
y rescatase entre sus penumbras y sus luces de un pálpito
un espacio silencioso contiguo al momento de abrir los ojos como ventanas
para abarcar el designio insondable del tiempo
en el preciso instante en que se desnuda en infinito
frente a la gran ventana en que sus manos se apoyan
para abrirla en diestra intuición pero apasionada
aún desconociendo el más allá
de esa ventana.