2.8.07

El ojal

Me detengo en la cicatriz,

en la huella que orada su carne

como afiladas brasas salitrosa bajo los tendones del rostro.

La herida es invisible,

es un grito cuya perpetuidad debiera haberlo anulado.

No hay espejos en su casa.

Todas las paredes blancas no alcanzan para censurar aquella presencia;

la figura familiar que regresa cada noche

a violar su confianza con tretas infantiles,

a penetrar una y otra vez

el ojal de su carne que pendula

entre culpa y desprecio,

entre odio y deseo.

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